A continuación reproducimos la disertación de Juanjo Cura en las primeras jornadas nacionales sobre el tema «El estudio de la música popular en las carreras de Dirección Coral» organizadas por la Asociación de Directores de Coro de la República Argentina (ADICORA) junto con su filial Mendoza y auspiciadas por la Universidad Nacional de Cuyo, en la ciudad de Mendoza los días 6 y 7 de septiembre.
En la determinación de la esencia de la cosas, que nos permite atribuirles un nombre, una inquebrantable voluntad de margen rivaliza con nuestra decisión de establecer categorías y, porqué no, jerarquías. La música popular es una de ellas. ¿Acaso Piazzolla es música popular? ¿Y el debussianismo del Cuchi? ¿Y la osadía del Chango Farias Gómez?. ¿Y la Misa Criolla? ¿Cuándo hablamos de música popular?. ¿Es sólo la que se canta en la aldea? ¿O toda la otra también? ¿Qué otra?. En fin, ¿qué pertenece a la categoría de música popular?. Estas jornadas me estimularon a ciertas reflexiones, todas ellas susceptibles de ser analizadas y criticadas, que ahora quiero compartir con ustedes.
En primer lugar definamos qué entendemos por popular. Podemos decir que popular es aquello que es relativo al pueblo, característico del pueblo o que es aceptado o asumido por el pueblo. Un dicho popular, una canción popular, una costumbre popular. Por extensión popular se utiliza como sinónimo de vulgar, común a muchos, sin novedad. Público, en cambio, significa perteneciente al pueblo por derecho, propiedad del pueblo o del Estado, de uso común. Pueblo (otra de esas palabras) es entendido como el conjunto de los ciudadanos de un país o una región, sin división de clases.
Según estas definiciones música popular es toda la música que un pueblo asume como propia sin pertenecerle por derecho.
En virtud de los criterios de pertenencia y apropiación, podemos hablar de dos niveles: la música popular propiamente dicha y la música popularizada o de autor. La primera incluye las manifestaciones anónimas, étnicas o folklóricas, cuya pertenencia de hecho deviene al pueblo del fruto intemporal de la creación colectiva. En ella se encuentra el origen de la música, la voz humana, primer instrumento capaz de ritmo y melodía. La segunda, es la que el pueblo se apropia por afecto, las creaciones que no le pertenecen como tales por ser no colectivas sino de autor, a quien pertenecen por derecho propio, y cuyos elementos están tomados, en gran parte, del nivel anterior, su fuente principal. El tiempo verbal nos indica claramente su pertenencia participada en doble vía: hay en ellas una participación en el espíritu y la esencia de la música popular, y, por ello, el pueblo las hace parte de sí, se identifica con ellas, llegando incluso a ignorar su origen. Esta música es susceptible asumir idénticas funciones que la del nivel anterior y sufrir idénticas transformaciones. A partir principalmente de la segunda mitad del siglo XX los registros discográficos y la difusión mediática hacen ganar al pueblo en accesibilidad y conocimiento a estas creaciones, facilitando su apropiación y limitando sus modificaciones al no transmitirse de boca en boca (sin perjuicio de su transmisión oral). Es en este amplio campo de la apropiación popular y la pertenencia individual en que se encuentran las canciones llamadas populares y usaremos igualmente en esta ponencia la denominación de «música popular» para ambos conceptos.
Aunque nos esforcemos por negarlo, está instaurado, aún entre nosotros, que la música popular es de jerarquía inferior a la culta. Stravinsky decía de Bartok: «Su afición al folklore nativo era auténtica y conmovedora pero no me era posible dejar de deplorarla en un gran músico». Verdaderamente, la simplicidad de estas obras facilitan que la mayoría del pueblo, sin instrucción musical alguna, las asuma como propias, pero le otorgan también el nada agradable e injusto sello de vulgaridad, quizás el principal obstáculo para la inclusión de su estudio en una carrera de grado universitario (todavía bajo el influjo de la generación del ’80).
¿Cuáles son los criterios que fundamentan esta posición?. Veamos algunos y su sustentabilidad:
– la génesis y permanencia de la música popular es completamente distinta a la de la llamada erudita. Aquella por lo general surge y perdura en ámbitos sociales y en circunstancias que nada tienen que ver con el elitismo que posee ésta última. La música popular es un bien de uso común. Sin embargo, el criterio de permanencia tambalea ante la popularización, a través de los medios y los conciertos masivos, de mucha música antes considerada de élite. Hay populares que son clásicos y hay clásicos que se han hecho populares. A su vez mucha música de autor considerada popular se ha gestado en círculos de músicos de alta jerarquía. Luego, este criterio es hoy insuficiente.
– asimilación: la música popular utiliza menos elementos que la erudita y su tratamiento es menos elaborado. Esto la hace más fácil de ser oída y cantada, es decir, de ser asimilada desde un esquema de audición y entonación básico, inicial, no desarrollado ni instruido. Sin embargo, mucha música erudita cumple también esta condición y, por oposición, es la razón también por la que mucha música de autor no llega a niveles populares. Además, la música popular no sólo posee elementos nuevos, que no se encuentran en obras cultas, sino que hace un tratamiento diverso de los elementos comunes. De tal modo que los autores clásicos han recurrido a la música popular para renovar y enriquecer sus propias obras, formulando en muchos casos un nuevo lenguaje musical, gracias a las experiencias convergentes de la música popular y la erudita. De hecho este el origen de la música de autor de esencia popular.
– la variabilidad: cada vez que se canta una canción popular parece nueva, jamás de modo igual. El ejecutante realiza variables en el ritmo, la melodía, la armonía y la expresión, que considera oportunas según su parecer, sin desmedro de la identificación popular con la melodía original. Sin embargo, aunque en menor medida, este criterio se encuentra también en la música culta, si bien los elementos que varían no son los mismos. El modo en que los grandes ejecutantes dan vida a las obras que interpretan y la variabilidad atribuida al tempo, la dinámica y la expresión, les confiere en muchos casos una novedad que las vigoriza sin hacerles perder su identidad.
– accesibilidad: la difusión mediática, el acceso al material discográfico y la tecnología se complementan, posibilitando la ampliación histórica y geográfica de la cultura auditiva: hoy podemos escuchar música de y en todo tiempo y lugar. No podemos negar que este es un criterio fuerte y que una cultura del entretenimiento por encima de una cultura de crecimiento lo fortalece aún más. Es evidente que la música culta no tiene el mismo beneficio de difusión que la. Pero no es mejor o peor música porque la apropien menos o más personas (cuántas menos mejor, más digna de unos pocos), porque esto depende fundamentalmente de los factores que conforman la personalidad individual y social y sus opciones. La interacción música-medios-sociedad es tema para otro congreso.
En conclusión, no existen criterios lo suficientemente fuertes para decir que la música que hoy consideramos popular sea menos música que la culta, sino, al contrario, podemos decir que es tan música y tan digna de estudio como cualquier música del mundo.
Entre otros factores, la popularización del estudio de la música, con todos sus beneficios, ha hecho que el primer nivel, el de la música popular propiamente dicha, que era la única a disposición de la gente común hace cien años y que hunde sus raíces en la historia de los pueblos, se identifique poco con la vida moderna. Y casi podemos decir que en gran parte lo hemos perdido. La condición de anónimo, caduco requisito de atribución de lo folklórico y que dio origen al rebuscado concepto de proyección, daba a estas manifestaciones su más atractivo aspecto para el estudio, pues en las investigaciones no podían ser aisladas de los demás elementos etnológicos, folklóricos, geográficos e históricos que les daban marco. Elementos que no son investigados en la música de autor con la misma rigurosidad, aunque se encuentren también en ella. El reencuentro con las fuentes originales de la música campesina hoy es casi una utopía, por varios motivos:
– aunque no completamente, se ha desdibujado en la cultura occidental la diferenciación «étnico – folklórico – culto».
– muchos músicos van más allá del aprovechamiento de los recursos de la música popular para sus composiciones: directamente toman las canciones reelaborándolas y haciéndolas más «atractivas», más mediáticas, más vendibles.
– muchos cantautores son músicos y sus composiciones son, en muchos casos, más deliberadas que inspiradas.
– música étnica y música folklórica parecen no tener características precisas que las distingan y reciben, de parte de los músicos, tratamientos y elaboraciones de elevado nivel musical.
En la cuestión de si debemos incluir o no la música popular en los planes de estudio encontramos no pocas dificultades. Creemos que algunas pueden haber sido superadas en todo lo dicho anteriormente, a saber: qué sea música popular, cuál es su statu quo y qué tratamiento debe recibir. De esto deducimos, casi sin esfuerzo, que la música popular debe ser estudiada en toda carrera musical y no sólo en la de dirección coral.
Pero esta decisión debe pasar por el cómo debe ser estudiada y con qué materias debe complementarse su estudio. Esto, más que la simple adición de una materia, supone una reelaboración profunda de los diseños curriculares, para permitir el estudio de toda la música en todas sus manifestaciones. La música popular coral debe ser estudiada:
– como música, con todas las características que como tal posee y desde el punto de vista de las distintas materias que componen el área.
– como popular, y deberá verse auxiliada por materias como Ciencia del Folklore, Musicología y demás.
– como coral, y aquí hacemos párrafo aparte.
La interpretación es siempre mediación: el intérprete intermedia entre el autor y el público, salvo cuando es el ejecutante de sus propias obras. En la música popular coral esta intermediación viene precedida de otra: la del arreglo. El arreglo mediatiza la obra original, media entre ella y un orgánico que, por lo general, le es ajeno: el coro.
Nos preguntamos: ¿la música popular coral es verdaderamente popular?. Los arreglos corales no son una apropiación del pueblo y no se van cantando por la calle (sólo los coreutas lo hacen). A lo sumo será muy cantado por muchos coros. Pero no es por el orgánico que se establece la condición de popular de una obra. Es la melodía original la que goza de popularidad (más allá del orgánico con que se la interprete) y el calor con que se la recibe de manos de un coro, por lo general, tiene que ver más con el afecto e identificación que la audiencia tiene hacia ella, o hacia el género, que con la apreciación de la versión de turno o la calidad interpretativa del grupo coral. Los arreglos corales de música popular son música popular, aunque no sean versiones populares (apropiadas por el pueblo) de la obra original.
Por lo dicho, en la música popular coral lo popular debe ser tratado, en el arreglo, en su estudio y en su interpretación, no como algo tangencial sino como su esencia. Nos interesa entender la música popular en sí misma y sus posibilidades de expresión a través del instrumento coral. Tanto el director del coro como sus cantantes también son pueblo y, como tal, apropiados de lo popular. Su aspiración al tratamiento y estudio de la música popular tiene que ver tanto con su formación profesional como, primariamente, con su profundo interés y amor por lo propio.
Es claro, entonces, que el estudio de la música popular, en sí misma y a través de versiones corales, en la carrera de Dirección Coral, será de gran enriquecimiento para los alumnos y para la vida coral en general, desde todo punto de vista. La dificultad mayor que encontraremos será qué obras escoger. Esto no tiene que ver tanto con la obra original como con la calidad del arreglo (tema para otro congreso). La virtud de un buen arreglo de música popular radica en mostrar de la mejor manera la obra en cuestión y no en ocultarla detrás de juegos armónicos y fonemáticos de difícil interpretación. Sin embargo, en estos juegos se encuentra mucho de lo muy bueno de muchos arreglos, a veces aún a costa de la obra original. Cualquier obra popular arreglada para coro puede perder en el arreglo su color, aunque el adquirido pueda ser tan bello e interesante como el primario, o más. En muchos casos los arreglos corales elevan la música popular a un nivel de complejidad mayor del que poseen por naturaleza. Luego, el análisis y estudio de los arreglos corales de música popular deberá ser profundo, serio y comprometido. Por los elementos nuevos que aporta, tendrá nuevos desafíos que vencer: el tratamiento del texto y las estructuras silábicas imitativas, la complejidad rítmica, una géstica diversa y mucho más. Quedará a cargo del docente de cátedra la elección de las obras a trabajar teniendo en cuenta su destino: trabajar sobre música popular en versiones corales de calidad y/o en composiciones originales hechas a partir de motivos populares o popularizados.
Concluyendo, creemos que la inclusión de cátedras que tengan que ver con el mayor conocimiento de este género en las carreras de Dirección Coral no sólo es un derecho que los alumnos solicitan en tanto tales sino una necesidad que manifiestan en tanto pueblo. Por lo que se convierte en un deber por parte de los responsables del diseño curricular de tales estudios, la incorporación de estas materias, no como un apéndice o anexo, sino con la convicción que la música no puede ser entendida de forma completa si se deja de lado su origen más remoto, la propia voz humana y su fuente más profunda, el corazón del hombre.
Muchas gracias.
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