En el mes de Febrero de 2005 estuvimos una vez más visitando el agrotécnico del Centro Educativo Integral (CEI) San Ignacio de la Fundación Cruzada Patagónica , ubicada en el valle de Sancabao, a 10 km de Junín de los Andes, provincia del Neuquén.
Desde lejos del valle que se forma entre las bardas (no montañas, porque pertenecen a un movimiento geológico más antiguo que la cordillera) y el río Chimehuin (famoso por sus truchas), se divisa perfectamente el establecimiento donde adolescentes, mayormente de familias de la población rural de la región, cursan los últimos niveles de EGB y el Polimodal orientado a la producción agropecuaria. Con buen criterio pedagógico, las actividades escolares son variadas y además de recibir los conocimientos específicos de su terminalidad, se enseñan otras actividades como las que dependen del área de educación artística (plástica y música) desde donde nos llegó la invitación, a través de una de sus docentes, María Eugenia Rumene, para introducir a los alumnos de Primero Año A y B del tercer ciclo de EGB en la práctica coral.
Reconociendo que no soy director de coros, ni maestro de música, pero con unos cuantos años de práctica coral (exactamente veintiocho), y que a lo largo de todos esos años he aprendido que esa práctica coral es mucho más que una actividad musical y que bien puede servir para complementar la educación de los jóvenes, acepté.
Había material para elegir y decisiones para tomar.
La primera decisión era si la actividad la hacíamos solo con los que pudieran cantar afinadamente o con “todos” incluyendo aquellos que no afinaban. Elegí la última opción, porque pensé que el día que esa escuela tenga un coro, o el día que un coro suene cerca de los chicos, “todos” sabrán de que se trata. Es decir, pude aplicar aquello de enseñar “todo a todos”, como reza la antigua premisa de la educación.
En cuanto a la música que les ensañaría a cantar me decidí por un quodlibet, (esto es melodías superpuestas) para que fácilmente reconocieran como en un coro las voces pueden cantar diferentes notas y sonar armónicamente. En este punto debo confesar que no hice más que seguir el consejo de una directora especializada en coros de niños y juveniles, Sandra Alvarez, quien insistió en una obra fácil (el quodlibet de la lluvia) para que se sintieran alentados. A eso le sumé un fragmento de La Huella de Urbiztondo, de la que cantaron, con partitura en mano, las dos voces superiores.
El resultado fue la mejor experiencia, por lo menos para mi. No hubo problemas de disciplina, las risas fueron las propias que produce la sorpresa de hacer algo poco común y casi todos atendieron a las explicaciones y aprendieron las melodías que les tocaba cantar. Lo mejor era observar las caras de los chicos asombrados por escuchar que el otro cantaba algo distinto que ellos.
María Josefina Bertossi
Rosario – Argentina
28 Abril de 2005
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El CEI San Ignacio es una escuela que pertenece a la enseñanza privada con subvención del estado provincial y es gratuita para los alumnos. La mayoría de ellos viven a muchos km del lugar, por eso la escuela tiene albergue y comedor. El ciclo lectivo corre de Setiembre a Mayo
Este trabajo, que puede llamarse taller, o clase ilustrativa para que los alumnos reconocieran o entraran en contacto con la práctica coral, fue recibido por ellos con respeto y atención.